© Santos Perandones
En nuestro espacio dedicado a las entrevistas hoy le cedemos la palabra a Luis Artigue (León, 1974), escritor y poeta, ha publicado hasta la fecha varios poemarios ganadores de numerosos premios y seis novelas entre las que destacamos Club la Sorbona, que obtuvo el Premio Delibes en 2013, Donde siempre es medianoche, ganadora del Premio Celsius 2019 y la más reciente Café Jazz el Destripador, un biopic sobre la vida de Miles Davis.
Marta Pérez. Café Jazz el Destripador se publicó en febrero de 2020 y mientras estabais en plena promoción entramos en estado de alarma, con confinamiento incluido. ¿Cómo afectó esta situación a la presentación de la novela?
Luis Artigue. Pues afectó mucho. Habíamos preparado cosas preciosas: me habían invitado a hablar de la novela al Festival de Jazz de Madrid, al San Jordi, al Ateneo Jesús Pereda de Comisiones Obreras, a la Librería Cervantes de Oviedo, etc. Y todo se suspendió. Pero mi lema en la vida y la literatura es que todo es porque tiene que ser.
M. P. Si hay un protagonista en tu libro es el jazz y esta no es la primera vez que hablas de este género musical. ¿Qué es para ti el jazz?
L. A. El jazz es música refinada y peligrosa como un ladrón de esmeraldas. Es intensidad y emoción como la poesía, y es relato inventivo como la narrativa. Un pueblo se liberó de las cadenas de la esclavitud mediante esa música. Yo estuve años en un hospital, y allí escuchaba jazz en un transistor, y quería creer que el jazz era una metáfora de la reconstrucción de mí mismo. Por eso o gracias a eso amo el jazz desde los 17 años, cuando, durante nuestro común calvario hospitalario, una compañera de la habitación de al lado (en la planta de neurocirugía del hospital Ramón y Cajal de Madrid), una muchacha con una sonrisa magnética, la cabeza afeitada y un tumor cerebral letal, venía hasta mi habitación y me ponía, en Radio 3, un programa de jazz de Juan Claudio Cifuentes. Y en verdad este amor me ha hecho coleccionista de discos, libros y conciertos a los que he asistido en diferentes ciudades del mundo, y de los que nunca regreso del todo… En su día escribí un libro de poemas titulado Tres, dos, uno… jazz (Premio Ojo Crítico) sobre el tema, pero tenía pendiente abordarlo también desde el vértigo de la narrativa… Por eso volver a escribir sobre jazz para mí tiene algo de peregrinación constitutiva.
M. P. Café Jazz el Destripador no es ni una biografía propiamente dicha ni una novela de ficción, ¿qué nos puedes decir sobre ella?
L. A. No creo en los géneros (soy un degenerado). Por eso me gusta que mis novelas no encajen bien en las etiquetas. Y me gusta considerarme un novelista de la imaginación. Los narradores más originales e interesantes son a mi juicio los fantásticos, pero no fantasía en el sentido de Tolkien, sino en el sentido de Cortázar: realismo con impregnaciones fantásticas. Con esa mirada quise asomarme a la vida del trompetista de jazz Miles Davis. Quise relatar su vida con la inventiva inspirada que tiene su música. Así descubrí que la vida de Miles es histórica, inquietante, esotérica, misteriosa y reencarnacionista como esta novela. Así descubrí que Miles llevaba dentro el espíritu de Baudelaire, y que necesitaba que se lo sacara un exorcista.
M. P. Hablar de una persona ya fallecida y ser fiel a la realidad requiere una labor de documentación muy grande. ¿Cómo te organizaste para llevarlo a cabo?
L. A. La fase de documentación ha sido ardua y apasionante. Me sumergí en los libros de historia del Nueva York de la época, y de su barrio de Harlem, y descubrí un un mundo negro clásico repleto de gángsters, bourbon, coristas, matones con sombrero de ala ancha y redadas de la brigada de narcóticos… Y luego me sumergí en las biografías sobre el propio Miles, y en los libros sobre su música. Fue arduo, pero apasionante. Y es que me apasionan las biografías (un género, por cierto, sin mucha tradición en nuestro país), pero no solo por esa mezcla de erudición y de desvergüenza que te lleva a asomarte a vidas ajenas por el placer de indagar en la peripecia vital de los personajes retratados. No, a mí me gusta leer biografías más bien fijándome, en lo que tiene que ver con el personaje central, en sus zonas de sombra, en sus emergencias morales, en sus ámbitos de secreto y de misterio, en sus dobleces… Y es que leyendo biografías de personajes históricos uno puede descubrir, si lee entre líneas, que las etapas de sus vidas, como las de cualquiera de nosotros, no son el paso de un punto a otro, sino que son el resultado de una errancia; la búsqueda del intervalo como forma de vida. Recuerdo de hecho que, durante aquella convalecencia hospitalaria larga y lenta (leer entonces me sanó y me salvo la vida, y lo sigue haciendo), cayó en mis manos el libro Miles, la autobiografía. Es un texto duro y potente, sí, pero que tiene un tono casi oral, como si fuera algo dictado, como si fueran las respuestas que Miles le daba a un entrevistador, o a un psicoanalista, dos años antes de su muerte. Me impresionó. Ese libro me llevó a otro, una biografía más objetiva, menos narrativamente caótica y muy documentada, firmada por Ian Carr y titulada La biografía definitiva. ¡Decepcionante! Sin embargo ese libro me llevó a otro de John Szwed titulado So what. The life of Miles Davis, el cual me interesó bastante pero me produjo mucha agitación. A su vez ese libro me llevó a otro fascinante de Ashley Kahn titulado Miles Davis y Kind of blue: la creación de una obra maestra. Y ese libro me llevó a otro decisivo (Miles on Miles: Interviews and Encounters with Miles Davis), que adquirí en la sala Playel de París tras un memorable concierto, y a otro también sugestivo de Howard Mandel titulado Miles Davis (Life & Times) que compré en una pequeña librería de Nueva York… Poco a poco, a base le lecturas y de escucha de música en directo, me fui apasionando por ese genio de las sonoridades audaces cuya vida era, también, un significante dislocado. Y con todo ese material decidí escribir algo sobre Miles, pero no quería que fuera una biografía al uso. Todo lo contrario… Empaparme de literatura tan diferente, y a veces hasta dispar, sobre la vida de Miles Davis me hizo ver las limitaciones del género biográfico, que son las limitaciones del ser humano para ver a cabalidad al otro (abstrayéndose de verdad de uno mismo y de las proyecciones que hace uno mismo en el otro): vi la imposibilidad de cazar realistamente al otro, de atrapar ese yo ajeno que se escapa infinitamente… Entonces supe que una aproximación a un personaje tan poliédrico no debía de ser una biografía sino una novela, y no una novela realista sino una híbrida mitad histórica, en parte novela fantástica, en parte novela negra, en parte novela psicológica, en parte novela de terror reencarnacionista, y en conjunto inclasificable como ya lo era mi novela anterior Donde siempre es medianoche.
Los premios sobre todo han de dar responsabilidad al autor para con el resto de su obra. Han de elevar la autoexigencia.
M. P. Según tu opinión, ¿qué fue Miles Davis para el jazz, para la música en general?
L. A. Un pionero, un innovador, un ser en estado de gracia, un poeta inspirado y el gran dios pagano del jazz: basta escuchar la banda sonora de la película Ascensor para el cadalso, o escuchar el disco Kind of blue para darse cuenta de que se trata de un gigante estético como creador. Basta asomarse a su vida para darse cuenta de que se trata de un enano moral. ¿Cómo pueden compatibilizarse esos dos aspectos en una persona con naturalidad? La respuesta está en esta novela.
M. P. Pero Miles Davis no es el único personaje real que encontramos, también aparece con gran protagonismo Baudelaire. ¿Qué tienen ambos en común?
L. A. El malditismo. La genialidad. El haber vivido en una época interesante y el estar ambos poseídos por el demonio.
M. P. Dos personajes, dos ciudades (Nueva York y París), dos épocas. Cuéntanos un poco cómo has conseguido unirlo todo.
L. A. Sartre fue el que me dio esa idea esotérica: Sartre hizo en su obra sobre Baudelaire un famoso psicoanálisis existencial del poeta tomando como punto de partida un rasgo muy conocido del artista adulto, lo que se conoce como «la superstición de la diferencia», y obtuvo conclusiones que no pueden ser verificadas en los hechos de su vida, especialmente en la infancia… Tras la de Sartre me adentré en las biografías de Baudelaire que hay en español (que yo conozca, en español hay tres biografías principales de Baudelaire, a saber, la más reciente y completa Juego sin triunfos, de Mario Campaña, que es un ensayo novelado que en entre otras cosas presenta la figura del autor francés como un férreo defensor de la «independencia, la libertad y la soberanía» de los escritores frente al mercado, y otras dos biografías mucho más literarias, y mucho más famosas, como lo son la obrita de Ramón Gómez de la Serna El desgarrado Baudelaire (de 1929) y la de César González Ruano (Baudelaire, de 1931), pero que se escribieron antes de que se dieran a conocer documentos fundamentales sobre la vida y la obra del poeta –como por ejemplo su correspondencia completa, sus libretas, sus diarios íntimos y sus obras póstumas, difundido todo a partir de 1950-)… Pero todo eran escalones que llevaban a un destino, esto es, a la biografía definitiva: la más completa de las biografías de Charles Baudelaire que se ha publicado, es a mi juicio una de la que son autores Claude Pichois y Jean Ziegler, y cuya edición original, en francés, salió al mercado en París en el año 1987 (ocupa un volumen de cerca de 800 páginas, se basa en las numerosas investigaciones y ensayos sobre el poeta realizados desde su muerte, en 1867, entre las que destaca el clásico estudio de Eugéne Crépet de 1887, y con mucho rigor los autores abordan la figura de Baudelaire desde un punto de vista tanto histórico como psicológico)… Lo de unir las biografías de Miles y de Baudelaire, sin embargo, es cosa mía, pero hasta para mí es puro misterio.
Me gusta considerarme un novelista de la imaginación
M. P. Otro de los temas con relevancia en tu novela es el racismo. En la historia que nos cuentas queda reflejada la hipocresía que había en la época. Blancos maravillados por música hecha por negros, pero nada de mezclarse con ellos. ¿Crees que hemos mejorado en este aspecto?
L. A. El jazz, sobre todo el jazz be bop, esa música intensa, y tan repleta de laberintos armónicos que te sumerge en la vorágine y el torbellino, tiene mucho de música política, de un pueblo que lucha por sus derechos políticos, y por eso se inscribe directamente en la historia de las revoluciones que se han venido librando siempre a lo largo de toda la Historia en contra de la arbitrariedad del poder, y en pro de un mundo mejor. Y, sí, seguimos necesitando la revolución.
M. P. También tocas un tema recurrente como es la idea de que drogas y creación artística van de la mano. ¿Esto es cierto?
L. A. Van de la mano en el caso de los malditos. Uno de los grandes temas de la novela es el malditismo.
M. P. Davis era un genio para la música, con una gran sensibilidad, pero que como persona dejaba bastante que desear. ¿Es difícil separar al músico del hombre?
L. A. Así lo creía yo hasta que escribí esta novela.
M. P. Otra idea que subyace en Café Jazz el Destripador es la de que todo vale para triunfar.
L. A. Hay creadores que no han nacido para ser felices, sino para ser grandes y cambiar la historia: estos necesitan la ambición en grado sumo.
M. P. Al igual que sucedía en Donde siempre es medianoche, esta es una novela difícil de etiquetar. ¿Te gusta salirte de la norma?
L. A. Me encanta. La literatura es el ámbito de libertad que nos queda. ¿Para qué constreñirse? Pero, si soy sincero, no pienso en ello, sino que en mí la mezcla de géneros, la hibridez, deviene con naturalidad. Mi objetivo no es hacer una obra de un género o de muchos: solo conseguir que sea una de esas novelas que, a la vez que te sumergen en un mundo demoledor, te remueven zonas muy sensibles.
M. P. Ya que he mencionado tu anterior trabajo, hablemos un poco de él. ¿Qué significó para ti ganar el Premio Celsius en 2019?
L. A. Ayudó mucho a que esa novela encontrara sus lectores. Me dio más visibilidad como escritor, y me llenó de responsabilidad. Los premios sobre todo han de dar responsabilidad al autor para con el resto de su obra. Han de elevar la autoexigencia.
M. P. Donde siempre es medianoche tiene una gran carga de humor, pero a la vez es muy crítica con muchos temas. ¿Cómo surgió la idea de esta obra?
L. A. La novela la cuenta un fotodetective de noticias neurótico y adicto al psicoanálisis. De hecho de lo más divertido de la novela son las conversaciones entre el protagonista y su psicoanalista. Y es porque quise hacer una mezcla de géneros literarios en esta novela porque la hibridez (como bien estudió la prestigiosa teórica de la literatura y profesora de la Universidad de Toronto Linda Hutcheon) produce intensidad, y en esencia el psicoanálisis es un género literario más. En este sentido, siempre he pensado que Freud es un demiurgo de la cultura, y que el psicoanálisis es un gran instrumento para el conocimiento humano, y al mismo tiempo una fuente inagotable de metáforas (otra cosa es que logre curar a alguien). Pero el psicoanálisis le da trasfondo a esta novela al hacernos entender que la noche es nuestro inconsciente a cielo abierto, sí, es el oscuro territorio en el que nuestros miedos, inseguridades, fobias y malestares varios fluyen sin subterfugios y de hecho a menudo nos sitúan a nosotros al límite de la lógica y de la realidad; al límite de nuestra estabilidad psíquica… En efecto la noche es el ámbito favorito de los demonios que llevamos dentro, y eso lo sabe bien el psicoanálisis, sólo que el psicoanálisis a esa noche la llama inconsciente. Sin embargo esta presencia simbólica del psicoanálisis en mi novela es a un nivel profundo, pues de modo más evidente en verdad el psicoanálisis aparece en las conversaciones surrealistas del personaje con su analista, pues es el psicoanálisis también puede ser, y de hecho es, constante fuente de comedia . Esto lo tomé también de una experiencia personal: siempre había pensado que la gente más friqui y loca que había debajo de las estrellas eran los poetas, pero, tras aprobar una oposición y trabajar en la administración, descubrí que no, que la gente más loca que había visto nunca eran los funcionarios (qué agudo es Kafka)… Sin embargo llevo varios años asistiendo a unos seminarios de psicoanálisis para intentar comprender a Lacan, cosa que no he conseguido (para mí que escribió en un francés falo-críptico imposible de traducir). Pero ahí he conocido a no pocos profesionales del ramo, y por eso, ahora, creo que la gente más loca que conozco son los psicoanalistas… Metí en esta novela, en clave de comedia y en agradecimiento sincero por lo mucho que me han enseñado, y lo mucho que he alucinado con ellos, y todo lo que me han hecho reír y pensar, a uno de ellos: un porteño tan deductivo que asusta, que habla como Dios, y, además, cree que Dios es argentino y por eso ya era hora de que el Papa también lo fuera.
M. P. ¿Crees que hay muchas «Silenzas» hoy en día?
L. A. Sí, vivimos en un mundo cada vez más distópico.
M. P. ¿Hay mucho de ti en «El Sabueso Informativo»?
L. A. Sí, soy un neurótico enamoradizo que, a pesar de vivir en un mundo oscuro, se siente una persona feliz y realizada.
M. P. En esta novela podemos observar muchas influencias literarias o cinematográficas, ¿no es así?
L. A. No soy yo quien debe decirlo: las influencias hay que merecerlas.
M. P. Aparte de tu faceta como novelista y poeta, hay que destacar tu labor como reseñista en el periódico digital El taquígrafo, donde cada semana hablas de un libro. ¿Qué tienes en cuenta a la hora de escribir una reseña? ¿Piensas que siendo escritor partes con ventaja o desventaja a la hora de reseñar un libro?
L. A. Fundamentalmente soy un lector. Al escribir reseñar intento emplear los elementos de la Teoría de la Literatura y de la Crítica Literaria para ofrecer una lectura contextualizada y correlacionada de un texto que, a la vez, trasmita pasión lectora.
M. P. ¿Estás trabajando en una nueva novela? Si es así, ¿nos puedes adelantar algo?
L. A. Acabo de terminar una novela negra muy autobiográfica que se va a titular Un sueño de no ficción.
Un comentario en “Entrevista a Luis Artigue: «La literatura es el ámbito de libertad que nos queda»”