© Aurelio Martínez
Leer a Ana Lena Rivera, autora de tres libros, todos protagonizados por la investigadora de fraudes financieros, Gracia San Sebastián, es empaparte de actualidad y de realidad. Una escritora que camina con paso firme por la complicada senda de la literatura. Sus lecturas te producen un sinfín de sentimientos: sufrimiento, empatía, dolor, llanto, rabia y risas.
Mayte Expósito. Es un momento complicado para los libros, las librerías y la lectura. En ese contexto y teniendo en cuenta que no levantamos cabeza, ¿ves factible vivir de la profesión de escritor?
Ana Lena Rivera. Es difícil, pero no imposible. Siempre que me preguntan me acuerdo de un compañero escritor con una trayectoria larga e impecable, que me dijo: Yo siempre que me preguntan que si vivo de la literatura, les digo la verdad: que sí, pero que no de la mía.
Casi todos, completamos los escasos ingresos de los libros con otras ocupaciones relacionadas con la literatura. No hace mucho leí un artículo que decía que solo el 6% de los escritores ingresaba más de 10.000 euros al año por los derechos de autor, así que sí, es muy difícil vivir de escribir.
M. E. Tengo la seguridad de que todos los principios son difíciles para cualquier autor. Por eso, quiero pedirte que nos cuentes con detalle cómo comenzó tu aventura de escribir, cómo fueron esos primeros pasos por la literatura.
A. L. R. Lo cierto es que no siempre he sido escritora. Es más, durante mi anterior etapa profesional, en la dirección de una multinacional, no escribí nada, así que llegué tarde a esto de la literatura, pero no de casualidad, fue un cambio deseado desde la niñez y planificado.
Yo leía muchísimo de pequeña y soñaba con ser escritora. Cuando lo dije en casa no me hicieron ni caso, me dijeron aquello de ya, ya, tú estudia para poder ir a la universidad y hacer una buena carrera, con muchas salidas. Y así hice, me licencié en derecho y en administración y dirección de empresas. Cuando terminé me puse a trabajar porque no podía permitirme dedicarme a escribir y ver qué pasaba, necesitaba dinero. Me dediqué a lo que había estudiado y me fue muy bien. Durante los veinte años que pasé en la empresa privada, no olvidé que quería una segunda profesión en mi vida y me formé en la Escuela de Escritores mientras trabajaba confiando en que algún día llegaría el momento adecuado. Y llegó: me quedé embarazada, un embarazo tardío, de alto riesgo y tuve que quedarme en casa en reposo domiciliario y ahí pensé esta es la mía y me puse a escribir. Terminé la primera novela tres días antes de dar a luz. Y después, hice cuentas, hice un plan, pensé que podía lograrlo, me lancé y aquí estamos. Salió bien. ¡Menos mal!
M. E. Normalmente, se dice que ser escritora es una carrera de obstáculos. ¿Cuál es el más grande al que te has enfrentado?
A. L. R. La desesperación del primer año que llamas a muchas puertas y no es que no se abran es que, en la mayoría, ni siquiera obtienes respuesta. Solo silencio. Es angustioso porque tienes que vivir y te estás dedicando a enviar y enviar y enviar, invirtiendo tu dinero claro, viviendo de los ahorros y el tiempo pasa y nadie se fija en ti. Yo empecé la segunda novela, empecé a moverme en redes, a colaborar con medios literarios, buscando la forma de entrar en el sector sin saber qué me iba a funcionar y qué no.
Para que te hagas una idea de los tiempos: terminé la primera novela en septiembre del 2016 y la primera noticia buena que tuve fue en mayo del 2017, que quedó finalista del Premio Fernando Lara. Fue una motivación porque en realidad después de eso no sucedió nada, yo seguía igual, nadie se interesó en publicarla. Hasta que en diciembre de 2017 llegó todo a la vez, el Premio Torrente Ballester y la editorial.
Ahora sé que mi caso fue tiempo récord, que muchos escritores están años y años escribiendo una novela tras otra sin recibir respuesta. Yo fui una afortunada.
M. E. Ahora vamos a centrarnos en tu tercera novela, Los muertos no saben nadar. Ana, ¿puedes contarnos cómo surgió? Y, ¿el título, de dónde viene?
A. L. R. El título viene del argumento, porque aparecen unos miembros humanos en la playa y, unos días después, encuentra el resto del cadáver vestido y acostado en el camarote de un barco. Es evidente que alguien lo ha puesto allí porque los muertos no saben nadar. El misterio no se resuelve hasta la última página.
En esta novela trato temas muy actuales, que me preocupan, como la corrupción en las altas esferas, el blanqueo de capitales de los negocios de las mafias (trafico de armas, de personas y drogas, fundamentalmente), las nuevas formas de blanqueo que surgen según aumenta la presión policial sobre los métodos más clásicos, pero también temas recurrentes en mis novelas como lo que se esconde bajo las relaciones familiares: los secretos que ocultan las familias aparentemente ejemplares y bien avenidas, hasta dónde puede llegar el instinto de protección de las madres sobre los hijos cuando excede de los límites habituales, esos crímenes que suceden en las familias y que nadie se espera.
M. E. Regresas a lugares que conoces bien, a tus raíces, situando la trama entre Gijón y Oviedo. ¿Por qué Asturias? ¿Qué tiene que no tengan las demás regiones españolas?
A. L. R. Asturias tiene de especial que es mi tierra, es con la que tengo esa conexión emocional que uno solo tiene con el lugar en el que crece. Es dónde suceden mis recuerdos más intensos. Me gusta escribir sobre temas y lugares con los que siento una conexión especial porque pienso que, igual que es difícil dar lo que no se tiene, es difícil transmitir lo que no se siente. Es más probable que el lector no sea solo un espectador, sino que se vea inmerso en una escena y en un lugar, cuando yo puedo vivirla en mi mente. Por eso también cuando la acción transcurre en otros lugares de Europa, son lugares que conozco bien y dónde he vivido momentos importantes.
M. E. ¿Qué papel juega la documentación en la historia que nos cuentas? ¿De qué fuentes bebes con referencia al tema de la criminalística y la criminología?
A. L. R. La documentación es fundamental, siempre tengo tres frentes de documentación: el componente financiero, que no solo es diseñarlo y contarlo de forma correcta, sino reducirlo al mínimo para que se siga bien, sin dar explicaciones que no interesan al lector al que ese mundo no le llama, debe ser atractivo, curioso, pero nunca extenso; la forense, lesiones, descomposición de un cadáver, en este caso con la complejidad de que el cadáver pasa por el mar Cantábrico en pleno inverno; y la investigación policial en sí, la jerarquía, funciones, etc.
Además, en Los muertos no saben nadar me costó mucho un dato que en principio no parecía tan complicado: hay dos barcos que tienen mucha importancia en la historia y yo no entiendo nada de barcos, ni de hélices, ni del calado de los puertos… Es todo un mundo. Fue complicado y tuve que consultar con personas expertas.
M. E. Imagino, que como lectora no seré la primera ni la última en decirte que tus personajes son increíbles, interesantes, con una personalidad propia, que nos cuentan y actúan de manera diferente. Están tan bien construidos que resulta imposible no encariñarte con ellos. ¿Crees que hay serie para rato con este punto a favor?
A. L. R. Ojalá. Eso depende de los lectores porque a mí me encanta escribir sobre Gracia San Sebastián y su entorno. Si los lectores quieren, habrá más.
M. E. Algo que me ha llamado la atención durante la lectura, ha sido que, en cada nueva voz narrativa, las tres primeras palabras van escritas en mayúsculas. ¿Es cosa tuya o de la Editorial? ¿Tiene algún significado?
A. L. R. Es un tema editorial, supongo que estético. Yo lo vi cuando me lo enviaron maquetado y me gustó, pero la verdad es que no pregunté. La edición de Maeva siempre es muy bonita y cómoda para el lector. Además de que las portadas me parecen preciosas. A mí me encantaba cuando ni soñaba publicar con ellos. Era fan de Camila Lackbërg y de otras autoras de la editorial y, como lectora, me llamaba la atención lo bonitos que eran los libros en comparación con otros que leía de numerosas editoriales.
M. E. En tus novelas se desvelan secretos familiares. ¿Crees que todas las familias tienen algo que ocultar?
A. L. R. Todas. Cuanto más intensas son las relaciones, más secretos encierran y más se ocultan a los que no pertenecen al círculo familiar. Las personas vivimos una realidad que solo nosotros conocemos y proyectamos una imagen que es lo que conocen los demás. Y, a veces, no se parecen en nada. A mí me encanta imaginar y destapar, literariamente hablando, lo que se esconde tras la calma aparente de las familias felices.
M. E. Quizás te hayan formulado la siguiente pregunta muchas veces, pero me puede la curiosidad y me gustaría conocer cómo escribes, si tienes un horario fijo para hacerlo o un lugar determinado.

A. L. R. Tengo mi despacho en casa muy tranquilo y con mucha luz, como a mí me gusta, y hago una jornada laboral como cualquier otro autónomo: muy extensa. Tengo un horario que nunca cumplo, siempre lo alargo. También aprovecho para avanzar tareas en la cama, antes de dormir, cuando ya todos están es sus habitaciones. Hay mucho silencio y me gusta ese momento.
Mi ocupación va mucho más allá de escribir. Hay mucha corrección, muchísima, pero también hay redes sociales, promoción, entrevistas… También clases, revisar los ejercicios de los alumnos y otras tareas de la parte docente.
M. E. ¿Cómo te inspiras para una nueva historia?
A. L. R. De momento, llegan solas hasta mí: algo me llama la atención por un lado, luego veo algo sobre lo que me apetece escribir, me viene un recuerdo y después me siento trabajar en hilarlo todo entre sí. Así nacen mis historias.
M. E. ¿Tienes los personajes perfilados desde el inicio o van surgiendo al ritmo que la trama se va desarrollando?
A. L. R. Los personajes estables están muy definidos, cada uno tiene su personalidad, su evolución y es coherente con ella, el lector ya los conoce y espera que se comporten de una determinada manera. Los que tienen que ver con cada caso, que solo aparecen en un libro, los defino antes de ponerme a escribir, pero a veces hago cambios porque me parece que dan más interés a la trama.
M. E. Eres madre de un niño pequeño, ¿es enrevesado separar el trabajo de la familia?
A. L. R. Lo más enrevesado es parar de trabajar y dedicarle el tiempo de ocio que necesita tener contigo. El equilibrio y la conciliación son complicados, como para cualquier madre y más cuando no llega una hora en la que terminas tu jornada y puedes olvidarte hasta el día siguiente. Eso sí, tengo la suerte de llevarlo y recogerlo cada día en el cole, que me cuente cómo ha pasado el día y de que, al trabajar en casa, aunque yo esté en el despacho y él jugando en el salón, lo estoy oyendo reír y trastear. O llorar alguna vez y entonces salgo corriendo a ver qué le ha pasado porque entonces solo quiere a su mamá. Si estuviera trabajando fuera no tendría esa cercanía. No sería mamá la que iría corriendo a abrazarlo.
M. E. Estoy convencida de que detrás de una gran escritora, se esconde una enorme y apasionada lectora. ¿Qué te gusta leer y con qué libro estás en estos momentos?
A. L. R. Pues ahora mismo, como no estoy escribiendo, estoy aprovechando para leer novela policíaca, que es una de mis favoritas y la que no puedo leer mientras escribo para no contaminar mis historias con las de otro. Estoy con El buen padre de Santiago Díaz Cortés, con El guardián de las flores de Rober H. L. Cagiao y esperando que salga La última paloma, de Men Marías.
M. E. En este mundo de las letras, cada escritor tiene unas señas que lo distinguen de los demás. ¿Cuáles crees que son las que marcan tu trabajo?
A. L. R. La humanidad de los personajes, que no son ni héroes ni antihéroes, son personas normales con los que cualquiera puede identificarse. Relacionado con ellos el toque costumbrista, la cotidianeidad de la vida de los investigadores que además de perseguir criminales, tienen amigos familias y una vida al margen de su profesión.
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